UN SUEÑO

Más de 20 años trabajando en el mundo de la logística y el comercio internacional, aplicando mis conocimientos, aprendiendo en el camino, pero, sobre todo, lo que más he podido valorar es el poder encontrar, en este desarrollo profesional, mi propia Red de Apoyo: esas personas que han formado y forjado a la profesional que hoy soy. Unos «jefazos» que exigieron de manera contundente, que me hacían parar y recapacitar, y que hoy puedo decir con orgullo que van más allá de mi Red de Apoyo profesional: se han convertido en mis amigos incondicionales.

Esta profesional, con defectos y virtudes —por supuesto, todos los que ustedes se puedan imaginar— se forjó con una identidad particular. Con el paso del tiempo, se ha vuelto repetitivo en mi caminar un aspecto muy propio. Mi familia lo ha llamado muchas veces, dicho en mi tierra: “¡Tú, tan pinchada!”, algo así como una palabra de dialecto muy paisa que describe a una persona elegante, bien vestida, que cuida de su apariencia y, en ocasiones, algo presumida.

A esto se suma mi melodiosa voz, que me ha hecho ver como una persona dura. Sin embargo, esto solo me ha llenado de fuerza, de berraquera, y sí… de una voz de locutor que me ha traído uno que otro problema. Pero hoy entiendo que el camino estaba trazado para poner esa fuerza en práctica, esa voz resonante en una meta ambiciosa que va más allá de estar en el mundo corporativo, desempeñando un rol más para los demás.

Este es el momento de hacer no solo lo que siempre me ha gustado, para lo que he tenido talento desde que tengo memoria, sino también de retarme a mí misma, dar un paso —y, por qué no— un grito de independencia en mi vida profesional que me permita seguir labrando el camino que deseo, que quiero… y que me merezco.

UN TRIBUTO

Hasta ese momento de mi vida, siempre creí que las tragedias o los impactos negativos no llegarían a mí, o que, si lo hacían, yo sabría cómo manejarlos. Siempre fuerte, siempre firme, como muchos me lo han repetido hasta el cansancio. ¿El por qué? No lo sé. Vivimos en un mundo egocéntrico, donde solo importamos nosotros para nosotros… y nada más.

Pues bien, la vida, con un duro golpe, me despertó de esa cruda ilusión: me arrebató a ese ser que amé con alma, vida y corazón. Sin ninguna explicación lógica, se fue de este plano terrenal para enseñarme la fragilidad de la existencia, el valor de cada instante único e irrepetible.

Entonces comprendí que no importan las diferencias ni las opiniones —buenas o malas— de los demás. Lo que realmente importa es la familia, y vivir cada segundo haciendo el bien, buscando sentirte pleno… y tal vez, solo tal vez, que tu magia llegue a otros, aun cuando no estés para recoger sus frutos.

Y por si fuera poco, también nos recuerda que los designios de Dios —o de aquello en lo que cada quien crea— son otros. No siempre los que esperamos. Y en medio de ese despertar forzado, también nos rompe por dentro, desgarrando el alma en sentimientos tan profundos, que no pasa un solo día sin pensar en ella: al despertar, en una simple conversación, o al ir a dormir, pidiéndole desde esta distancia que me cuide… desde donde sea que esté.

Pero, ¿qué pasa cuando la vida te muestra su cara más cruel? ¿Qué ocurre cuando lo que ves no es lo que esperabas, o simplemente te golpea con fuerza, haciéndote caer sin aviso? Te demuestra, de forma aterradora, lo frágiles que somos. Y entonces, como si te hablara al oído, te dice: «Despierta. Sal de tu zona de confort. Rompe con la rutina. Nada es para siempre.»

¿Qué pasa cuando un pedacito de tu corazón se va sin previo aviso, sin esa despedida que suponemos nos da una enfermedad o la vejez? ¿Qué pasa con todos los que nos quedamos en este mundo sin una respuesta lógica a una tragedia de tal magnitud?

Muchas preguntas sin respuestas… y aunque poco a poco he ido encontrando razones del por qué y para qué, son muchas más las que se quedan en el vacío, donde mi único respiro es una lágrima más al extrañarla con todo mi corazón.

Libros para el manejo del duelo, horas de terapia emocional… pero nada, absolutamente nada, nos prepara para la historia que hoy les comparto. Nada prepara para la sacudida que me dio a mí y que sé que mi familia ha vivido día tras día con su ausencia.

Este es mi tributo a mi prima de sangre y corazón, hermana sin serlo, cómplice, amiga y hasta mamá —como ella creía que era conmigo—, porque así crecimos: durmiendo juntas, encubriéndole todas sus locuras, sus novios y hasta sus embarradas… y ella las mías. Pasamos nuestro tiempo más que juntas: pegaditas una a la otra.

Ella, con carácter. Así la hizo la vida, Dios, el universo. Enamorada de sus libélulas —de todos los tamaños, colores y sabores—, tan alegre como una gran carcajada que la hacía llorar… o llorar por todo y por nada, en una de sus rabietas, creyendo que así lo solucionaba todo.

Nace LIBELILYBLUE en su honor, porque siempre quiso ayudar a todos, porque siempre estuvo para mí y para mi familia, con sus mil lágrimas o su millón de sonrisas.
Este emprendimiento tendrá un eco en la eternidad… y ella lo sabrá.